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La chef Virginia de María en su rol de mamá cuenta sus secretos de crianza
Hace 10 años el matrimonio con el amor de su vida, el empresario Arsenio Molina, le permitió cumplir su gran sueño: ser madre y tener su propia familia. Después de tres hijos retomó su carrera y hoy está llena de proyectos como chef, comunicadora y experta en manualidades. ¿Lo que no transa? Desconectarse todos los fines de semana junto a su familia, y los «viajes de pololeo» con su marido un par de veces al año.
Por: Jessica Celis Aburto.
Virginia Demaría (36) dice que no puede estar sin hacer «cosas», y mucho menos mantener las manos quietas. A su ya reconocida carrera como chef sumó las manualidades y las comunicaciones como parte fundamental de su quehacer. Tanto así que mientras conversamos, ella teje una pieza de frivolité.
Luego de tener a sus 3 hijos –Luisa (7), Arsenio (6) y Rafael (2)– retomó su carrera profesional con múltiples proyectos. Hoy está en pantalla con Plan V (13C), la escuchamos en «La Ruta Oasis» (radio Oasis) y acaba de lanzar su cuarto libro –y el primero de manualidades– «Tejer es mi súper poder». Los tres anteriores son de cocina, y confiesa que «aunque en la editorial me digan loca», tiene material para sacar uno nuevo a fin de año.
Siempre quiso ser mamá. Creció con la ilusión de casarse, tener hijos y formar una familia. Un camino que empezó a tomar forma cuando se casó con el empresario Arsenio Molina el 2006. «Desde chica quise ese modelo de familia, y cuando encuentras a la persona con quien quieres estar y estás convencida que es la indicada, hace más sentido ese molde», confiesa.
Es la menor de 5 hermanas, quienes empezaron a tener hijos cuando ella tenía 12 años. Hoy son 18 sobrinos. «Las guaguas comenzaron a llegar y crecer a medida que yo lo hacía, entonces siempre estuve rodeada de niños. La empatía con ellos ha estado siempre muy presente en mi vida», agrega.
Tu papá murió cuando ibas a cumplir 7 años, ¿tu mamá adquirió un rol especial, quizás distinto al que hubiese tenido con él al lado?
Creo que sí. Pienso que se le hizo la pista más difícil. Ella quedó viuda a los 38 años, con 5 niñas –la mayor de 18 y la menor de 7– y creo que parte de como soy fue determinado por cómo ella nos crió. Aprendí que en la vida no sólo basta con casarte y que no todo se te regala, hay que jugársela, porque uno nunca sabe qué te puede tocar. Fui criada con una mamá-papá y una educación bastante firme, en la que entiendes que las cosas se consiguen con esfuerzo, no llegan solas. Eso es algo que también apoyo y he tratado de transmitir a mis hijos. Creo que lo perciben. Siempre les digo que si quieren algo tienen que trabajar para conseguirlo, que las cosas no aparecen porque sí.
Esa educación, esa experiencia, ¿determinó eque tengas siempre muchas actividades?
Creo que tiene que ver con el estímulo que uno recibe. Y en ese sentido agradezco la educación que tuve por parte de mi mamá y hermanas. Se me estimuló desde demasiado chica el tema de la manualidad, con una mamá y una familia híper cocineras, entonces mi mundo siempre me llamó a hacer muchas cosas. Independiente de que el papá se haya muerto, igual teníamos que despertarnos temprano, salir a pasear, estudiar. Nunca dejamos de hacer cosas. Creo que las 5 hermanas fuimos hechas para la guerra. ¡Todas hacemos muchas cosas! Yo soy más pública y lo ando mostrando (risas), pero en general las mujeres siempre hacemos millones de cuestiones. Ahora, el gran tema es que no disfruto estando quieta. Esa es la gran diferencia. Me angustio si no ocupo las manos, porque eso me calma, es como un mantra.
Para Virginia todos los días son distintos. Salvo por su participación en la radio y las grabaciones de su programa, el resto de las actividades van variando. Pero hay una rutina sagrada que no transa: todos los viernes junto a su marido, hijos y perro se va a la playa a desconectarse y vivir su rutina familiar, la que ha logrado gracias a que sus niños ya son más grandes e independientes. Antes era caótico. «Los 2 primeros años fueron muy difíciles porque se te juntaba todo: los pañales, la hora de la comida, del sueño. Lo rico es que cuando ya se independizan ves que fue bueno tenerlos seguidos. Además se acompañan, aunque esa compañía ahora se traduzca en peleas (risas). Es bueno también porque tienen una crianza muy parecida. Los dos mayores tienen un año de diferencia en el colegio, entonces la Luisa le enseña a Arsenio, es bien mamá y como que lo manda».
Motivada como es, incorporó a su vida la visita al sicólogo una o dos veces al año, para apoyar su rol de madre. «Me parece súper útil para cachar cosas que uno no sabe, como qué hacer o decirles en ciertas etapas. Tengo unas herramientas bacanes gracias a eso, porque te pasan unos tips que son increíbles. Vale la pena hablar con los especialistas sobre esas cosas».
¿Has necesitado mucha ayuda?
Sí. Esta cuestión para que funcione es un trabajo en equipo. No me voy a llevar bajo ninguna forma todos los créditos. De partida tengo a la Carmen, una nana increíble que amo y que también me crió a mí. Por otro lado tengo un marido que no es igual a todos los papás, quizás por lo que vivimos cuando nos fuimos a Australia los tres con la Luisa, cuando ella tenía sólo un mes y medio (su marido estudió un par de años allá). Ahí se creó un vínculo muy fuerte entre ellos dos, que se prolongó con los otros niños. Él prefiere irse súper temprano al trabajo y a las seis y media está en la casa y se ocupa de las tareas y toda esa parte. Yo nunca fui buena para las notas, me aplicaba y me salvaba porque era hábil, buena para mirar para el lado o los torpedos (risas). No me iba mal, pero no tenía rutinas de estudio, entonces él se hizo cargo y es impresionante, porque a los niños les va increíble en el colegio. Él me alivia mucho esa parte, que es un tema para muchas mamás.
¿Fuiste de buscar o escuchar consejos para la crianza?
Mi mejor modelo para ser mamá fue ver a mis hermanas y repetir lo que vi que les resultó bien. Siempre me dijeron que no abusara de Internet, y en algún momento lo hice. Una vez estando en Tailandia –con la Luisa guagua– ella se tragó un parche curita. Buscamos en Internet y salían cosas como que se le podía tapar el pulmón y morir ahogada, ¡espantoso! Llamamos a Chile al pediatra como a las 3 de la mañana de acá, y me dijo «¿sabes cuántas cosas te tragaste de cabra chica? ¡Espera que lo bote y listo!». Así que nos quedamos esperando no más hasta que apareció «el trofeo» (risas). Creo que en la maternidad sí puedes prepararte y leer, pero es algo personal y todos los niños son distintos. Las relaciones con mis hijos son todas diferentes desde que me embaracé de cada uno hasta ahora.
¿Cómo es esa relación?
Perdí a mi primera guagua, y con la Luisa fue la intensidad absoluta, porque todo el embarazo estuve angustiada pensando en que algo podía pasarle. Compré el aparato que se supone te deja saber si el corazón le late, pero me lo ponía en el codo y sonaba igual (risas). Le pedía más horas de las que necesitaba al médico, sólo para que me mostrara que ella estaba bien. Cuando nació le pregunté a mi mamá si de verdad ella me quería así como yo lo estaba sintiendo con mi hija, con el corazón como agrandado… Fue difícil irnos a vivir a Australia cuando la Luisa era tan chiquitita, dejando todo el apoyo de mis hermanas y todo ese entorno muy de puertas adentro, pero fue lo mejor que nos pudo pasar. Elegimos nuestra dinámica para hacer las cosas y nos unimos demasiado. En Australia era todo tan amigable, tan rico, que dije «¿por qué no tener otra guagua?». Y me quedé embarazada de Arsenio cuando la Luisa tenía 10 meses. Ese embarazo fue totalmente distinto, súper relajado. Hasta se me olvidaban las ecografías (risas). Al ser hombre ya tienes otra relación porque te enamoras de verdad de él como si fuera un «gallo», te gusta y le quieres dar besos en la boca (risas). Y Rafita fue muy especial porque no quisimos saber su sexo hasta que naciera. Para mí fue un desafío, porque todos me decían que no me iba a aguantar por lo ansiosa que soy, y les demostré que sí podía. Le tapé la boca a todo mi entorno (risas).
Y eso que dicen que la mujer «intuye» el sexo de la guagua, ¿te pasó?
¡Pensaba que era mujer! (risas). Se iba a llamar Virginia o Julia.
Dice que le gustaría tener otro hijo. Pensaba agrandar la familia este año pero siente que no está preparada para disminuir su ritmo de trabajo actual. «En el momento que logre bajar mi carga laboral corresponderá pensar en otra guagua. Además tengo 36 años, no estoy con el tema del reloj biológico encima, entonces me queda un buen rato para tener un conchito, porque me mata la guagua chica. Si la tengo ahora sería muy egoísta, porque no voy a estar lo suficientemente conectada con ella por la cantidad de trabajo que tengo. Y no es de obligada, adoro mi trabajo», dice.
Están las mamás que califican los embarazos como el mejor estado de la vida, y otras que lo pasan pésimo. ¿Te identificas con alguno?
No encuentro que sea para nada lo máximo. Sí, es bonito el proceso porque crece una vida dentro tuyo, pero de ahí a disfrutar… ¡Te mueres cómo vomité de embarazada con los hombres! 16 veces al día, y hasta la semana 16. Espantoso. Separando lo lindo y humano que implica, deformarse no es para nada agradable tampoco, y menos lo mal que te sientes al principio. Además el proceso no termina con el parto. Viene todo lo otro, como el tema de la leche, que en mi caso no se dio tanto porque no tuve para amamantar tanto como quería.
¿Tu cuerpo respondió bien?
Con la Luisa fui más bien contenida y subí entre 13 y 14 kilos, pero con Arsenito me comí el mundo llenándome de Súper 8 y Snickers. Subí como 17 kilos y no se fueron con el parto, me costó bajarlos. Con Rafita sí fui súper ordenada y conciente, y sólo subí 9 kilos.
Luego de 3 embarazos, cuando te miras al espejo, ¿sientes que tu cuerpo está bien, más o menos, mal?
Encuentro que bien. Quizás la guata más suelta, pero la cuestión es 2+2. Si uno quiere volver a retomar su peso y estado físico, tienes que esforzarte con ejercicios y cuidando lo que comes. No hay ninguna magia.
Has declarado que debes cuidarte.
Sí, me cuido demasiado. No soy bendecida por la genética ni Dios fue buena onda y me dijo «come todo lo que quieres y no engordarás».
Qué difícil, cocinando tan rico…
Tengo mi dinámica: de lunes a viernes soy ordenada. No como pasto, sino de todo, pero preparado de manera sana y a mis horas. En la semana no me voy a comer un plato de papas fritas o un Snicker, pero sí el fin de semana. En la privación está la tentación. En la medida que me digan nunca más vas a comer chocolates, lo único que querré es comerlos, a no ser que no pueda hacerlo por un tema de salud. En el fin de semana es cuando más cocino y cuando más recetas nacen.
¿Eres muy preocupada de la alimentación de tus hijos?
Comemos de forma saludable y tenemos una rutina que es comer todos los días, los 5 juntos. Es súper bueno hacerlo porque está comprobado que cuando comes con tus hijos es más probable que les gusten todos los alimentos, por la inquietud de probar lo que los papás comen. Comemos tipo 19.30, lo que es muy temprano y bueno para el metabolismo, la buena digestión y dormir bien.
Has mencionado los chocolates durante toda la entrevista, ¿lo dulce es lo tuyo?
Sí, soy una bestia para los chocolates, el queso y el pan. Me he levantado a las 3 de la madrugada a ver a Rafita que llora, y en ese momento me he comido mi hallulla… Es lo menos recomendable lo que acabo de decir, pero me pasa eso con el pan.
Y con los niños, ¿eres estricta con el azúcar y las golosinas?
No. Trato de transmitirles lo menos posible las prohibiciones, pero ellos tienen su rutina y saben que en la semana comerán legumbres o «pollito de mar», y el paquete de cosas saladas que les mata sólo el fin de semana. Lo mismo pasa con las bebidas: en la semana nada, pero el fin de semana si quieren se toman toda la Fanta, Bilz y Pap que quieran. También si quieren pasarlo comiendo pollo con arroz, da lo mismo, porque en la semana tienen una alimentación muy sana. Los niños cachan más que cualquiera el tema de la comida sana por toda la información que hay ahora. Nosotros fuimos criados sin cachar nada.
¿»Pollito de mar»?
Sí, porque se estigmatiza a los niños. Siempre se cree que no les gusta el pescado y que no lo comen. Entonces yo le digo «pollito de mar» y se lo comen todo (risas).
¿Cocinan contigo?
Sí, aunque la Luisa mucho más. Tengo una relación muy especial con ella, muy power. Somos demasiado partners, muy parecidas, como que hay una contemplación mutua permanente. Sin que la aliente disfruta de las mismas cosas que yo: le encanta cocinar, las manualidades, es súper femenina. Es lejos la mejor compañera para ir a comprarse ropa. «Se te ve gordo el poto o ese pantalón te queda corto», me dice. Y también me dice cuando algo me queda bien. Muero por ella y mis hombrecitos, pero es distinto. Insisto: uno puede ser distintas mamás siendo la misma mamá de todos.
¿Aprensiva?
Nada, súper relajada, y creo que eso se ha transmitido a mis hijos.
¿Pegas tus gritos también?
Sí, en ese sentido soy más dura que mi marido, en términos de expresión. No soy amiga de esa educación que dice que todo debe ser contemplativo, desde el amor: «Ven, mírame a los ojos y dile a la mamá qué te pasa. No te angusties ni estés triste». ¡No! No soy amiga de esa dinámica. No le voy a decir 26 veces: «No me hace feliz que botes el control remoto, a la mamá le duele y le haces daño». Le levanto la voz a la segunda vez que lo hace y le digo «¡no vuelves a botar el control remoto!». Y se acabó. (risas).
«Soy mamá por sobre todo, pero mi compromiso de vida es con mi marido, porque mis niños van a crecer. Siempre voy a hacer lo mejor posible hasta que ellos elijan su vida y cómo quieren ser de adultos, pero a mi marido jamás lo voy a descuidar. La gente comete el error de vivir en función de los niños, y cuando ellos se van se dan cuenta que han estado con una persona que ya hace rato no veían o con quien no tienen nada en común. Mis niños saben que una o dos veces al año los papás tienen el viaje de pololos y hacen todas esas cosas que a ellos les da asco, como darse besos o abrazos (risas)».
¿Algún consejo para mamás-superadas?
Tengo la suerte que mis trabajos son amigables con mis hijos. Ellos me acompañan bastante a todos lados. La Luisa ama las sesiones de fotos y le encanta ir a la radio. Y sé, que si tengo que grabar algo con autos, a mis niños les encantará y los llevo. Tengo mucha suerte. Lo importante es mantener la firmeza del núcleo familiar, que es lo más importante para mí. Mientras eso esté bien, todo el resto, mi trabajo, funcionará.