La otra vez les dije que les iba a enseñar cómo hacer compost en la casa, creo que fue a propósito de Green Glass. Ahora cumplo mi promesa y al más puro Alicia Keys estail: con mi regio y sexy piyama, sin maquillaje y recién levantándome.
Fuera de leseo, me interesa escribir sobre este tema porque encuentro que es hora de romper con los prejuicios sobre hacer compost. He escuchado a mucha gente que dices cosas como que hacer compost «es difícil», que «es hediondo», que «llegan moscas», y la verdad es que si uno lo hace bien, realmente no pasa nada de eso. Lo único que tienes que hacer es tener un espacio donde ponerla (que no esté a todo sol ni tampoco que sea tan excesivamente húmedo); escoger bien el tamaño, que depende de cuánto material orgánico se consuma en tu casa; y leer el manual con el que viene. No es física cuántica ni tampoco armar un cohete, se los juro.
En mi casa tengo una compostera grande porque somos hartos. Me la regaló Arsenio, mi marido, así como quien le regala a su pareja una cartera, una crema cara o una joya, creo que la compró en Compost Chile. Tiene más de cinco meses y fue un regalo perfecto porque me envicié. Pasa lo mismo que con los tatuajes: cuando empiezas a hacer compost como no puedes dejar de hacerlo. Es demasiado bacán ver cómo la naturaleza se encarga de hacer su proceso y comprobar que estás aportando con un granito de arena a cuidar el planeta.
Cosas que hay que tener en cuenta: la compostera que tengo viene con un canastito gris con tapa blanca (el que aparece en la foto). Entonces lo pones en cualquier lugar de la cocina y botas ahí todo lo orgánico: cáscaras de huevo, cáscaras de frutas, los restos de vegetales, el café, los filtros de café, las bolsas de té, restos de arroz, tallarines, etc. Una vez que está lleno, lo llevas a la compostera y lo vacías dentro. Si no tienes ese pote, usa cualquier otro, no hay que complicarse mucho.
Después de botar todo al interior de la compostera, tápalo con material seco como pedazos de cartón, la caja donde vienen los huevos por ejemplo, hojas secas del jardín, papel de diario, conos de papel higiénico, pan añejo, servilletas, papel absorbente. No hay que ser pavo y echar un pliego gigante de cartón: pica el material antes para que el proceso sea más rápido. La idea es que dentro de la compostera siempre haya un equilibrio entre material orgánico, material seco y humedad.
Cada dos o tres días, o una vez a la semana, revuelve el interior con un palito (el compost necesita oxígeno). Esto te permite ver si el compost que está abajo -que se ve por esa puertecita que está en la base de la compostera- va bien. Si no lo puedes revolver porque está como una pasta, puede ser porque está muy húmedo o muy seco. Según eso vas regulando la cantidad de material orgánico y seco que echas. Y eso es todo, no hay que hacer nada más, el resto todo lo hace la naturaleza por su cuenta.
Yo me entusiasmé tanto que hasta me compré una compostera para la playa, no toleraba no tener allá. Sé que sueno un poco majadera, pero es una inversión que realmente vale la pena. Ves lo sabia que es la naturaleza, aprecias el valor de la tierra fresca, limpia, lista para llegar y plantar; educas a tu familia y tus amigos con el ejemplo -sin tener que darles la lata ni sermonearlos-, y tienes tu conciencia tranquila. Sabes que tu basura orgánica no va a estar pudriéndose al lado de un tarro de yogurt, en un basural fétido. Cuando uno no ve la basura esta no es un tema y creo que es una postura súper cómoda porque te impide ver las consecuencias nefastas de no saber cómo reciclar. ¡Así es que pónganse manos a la obra! ¡No se arrepentirán!